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viernes, 13 de octubre de 2017

En mi penúltimo año escolar conocí a una chica llamada Isabel Ruiz, demasiado habladora, a decir verdad. Muchos chicos decían que Isabel estaba trastornada, pero un día la curiosidad sobrepaso mi limite y me acerque a ella. Quince minutos fue lo que hablamos, suficientes para un gran dolor de cabeza, el trauma más reciente fue que su papá le diera una familia nueva con madre y hermanos. Siendo ella hija única, pues se preguntaba si yo toleraría algo así. Mi respuesta fue un rotundo no. Pero déjenme llevarlos al presente… Pasaron quince años desde que mi padre tubo la gran idea de hacer exactamente lo mismo que el papá de Isabel. ¿si resistiría una nueva familia? No he podido hacer nada para evitarlo. A mis once años Mario Martínez se casó con Eliza roba. Al principio la odie, por supuesto era el remplazo definitivo de mi madre biológica, falle-cida cuando solo tenía dos años. El caso es que la mujer no vino sola, sino que fue tan consi-derada que le trajo un regalo a la hija de su marido. Un pequeño demoño, el cual rompía sus muñecas, rallaba sus dibujos y el infierno que no se imaginan. Nicolás y yo jamás nos lleva-mos bien de niños, nunca íbamos a ser hermanos, aunque ese era el propósito de nuestros padres. Nick y yo convivimos por pocos años, cuando cumplí la mayoría inmediatamente me inde-pendicé, y ese mismo año nuestros padres decidieron irse a España definitivamente, llevan-do arrastras a mi nuevo hermanastro. Ahora el pequeño revoltoso tiene veintitrés años, aunque se comporte como un quinceañe-ro. Cierro el local y me voy con Emma y Lore, ambas fueron invitadas a un nuevo boliche en el centro de la ciudad. Carmelo no es un gran sitio, todo aquí es súper pequeño, pero mejor así, la gente necesaria no genera problemas mayores.

viernes, 6 de octubre de 2017

fragmento 2

Un mes después… El sol calienta sutilmente mi cuerpo, se siente fatigado y débil desde la operación, eh intentado recuperarme física y mentalmente, acudo a las citas con regularidad pues ellos insisten en un chequeo constante. Mi familia se empeña en que participe en una de esas terapias en grupo para aliviar la depresión pos cáncer. Debo admitir que la preocupación sigue y la etapa aún no está cerrada, me aterra pensar que podría volver a despertar y no pueder contra ella. Estaciono el coche en la entrada de la clínica privada, no tengo fe en que esto funcione, pero se lo debo a mis padres quienes quieren lo mejor para mí. Ya soy una mujer adulta que toma decisiones por si sola, no obstante, ellos han estado a mi lado durante el largo proceso de mi enfermedad. Parada en la puerta, observo a las personas sentadas en una ronda muy bien formada, un hombre se encuentra sentado al frente de ellas, supongo que es una especie de psicólogo o tal vez el dueño del “circo”. Me acerco sigilosamente a una silla vacía, todos miran a mi dirección cohibiéndome por completo. Les sonrió forzadamente y las ganas de huir se hacen más evidentes. - ¿señorita Ruiz? – dice el hombre, asiento sin moverme aun. – bienvenida al grupo. Todos sonríen tiernamente un poco mas familiarizados que yo, el comienza hablar y me pide delicadamente que me presente para que los demás sepan quién soy. ¿Qué tengo que hacer? ¿contar lo que es más que obvio? De cualquier manera, lo hago. - Me llamo Julia Ruiz, tengo treinta años –digo con voz temblorosa. – hace un mes, logre según los doctores, combatir por tercera vez un tumor en ambos pechos. – observo a las mujeres mirar hacia la zona donde antes tenía busto, claramente no es un grupo solo de cáncer de mamas sino de todo tipo. Me apena un poco contar mi historia, cuando algunas todavía están pasando por la peor etapa. Noto a lo lejos una señora de unos cincuenta años, sus ojos son extremadamente saltones y su cuerpo con menos grasa de lo que debería tener, esto justifica mi teoría.

Fragmento.

Intento pestañear durante unos segundos los cuales se hacen eternos, siento mis parpados pesados y sin ninguna voluntad de abrirse. Soy consiente al menos que estoy bajo los efectos de anestesia o quizás ya en el “cielo”. La muy nombrada “luz al final del túnel” la percibí hace unos instantes atrás, pero ahora solo logro escuchar numerosas voces a mi alrededor como si fueran mosquitos zumbándome en mi oído, y como lo esperaba, la primera opción es la más asertiva, definitivamente estoy en el quirógrafo. Tercera intervención en dos años, pues dicen que “la tercera es la vencida” ya veremos. - ¡Julia! – habla suavemente una voz masculina. – todo está saliendo bien, ya casi terminamos. Los médicos me han hablado durante este último tiempo de mi caso extraño y poco usual, han dicho que el índice de mujeres con cáncer de mama es poco común a mi edad. Exactamente una de cada trescientas mujeres padece este tipo de tumor a los veintiocho años de edad ¿se supone acaso que me sienta afortunada? Pues no sé qué esperaban, pero era lo que escuchaba en las múltiples visitas al hospital. - en unos minutos estarás en tu habitación con tu familia. – dice ahora, una voz femenina. Puedo oír, pero no hablar doy por sentado que el efecto adormecedor está pasando lentamente. Trato nuevamente de abrir mis ojos, no tengo claro si estoy haciendo bien o tal vez no, debería seguir dormida por mucho tiempo. De todas formas, logro abrirlos, aunque mi subconsciente los quiera cerrados. El foco apuntando mi rostro lo hace más difícil y no logro acostumbrarme a su intensidad. - muy bien Julia, eres una guerrera. – dice el hombre a mi derecha. Sin esperar obviamente una respuesta de mi parte, le hace señas a dos chicos que están al frente. - ¡con cuidado! Su sala es la 109 – dice la doctora. – te veré luego Julia. No tengo una familia muy integrada, mamá, papá y mari mi hermana menos. Debo decir que mucho es gracias a ellos fueron quienes insistieron en que visitar al médico por primera vez ya que detesto el hospital “que ironía”. Fui a un chequeo sin importancia y desde allí jamás pasé dos semanas sin concurrir a este lugar. Al comienzo no estaba dispuesta a iniciar un tratamiento morboso, había visto en documentales de lo que se trataba y me daba pavor hacerlo. Muchas de las veces no eran seguros, aunque los doctores me digieran constantemente que en estos tiempos todo es más avanzado y efectivo. El simple hecho de emprender ese viaje el cual siempre termina igual me desanimaba completamente. Fue mi familia quien insistió en que realizara el tratamiento y fue por ellos por quienes lo hice. Al principio perdí el cabello, largo y abundante simplemente desapareció. Mi hermana me regalo varias pelucas las cuales nunca use, el pecho izquierdo fue usurpado de mi cuerpo junto al pezón en la primera intervención, nueve meses después me quitaron el otro. Mi torso se habría convertido en el de una niña pequeña pero aun peor sin una miserable tetilla. - aquí estarás más tranquila. - dice el enfermero a cargo de mi traslado. ¿tranquila dijo? Esa sensación solo la experimento cada vez que el líquido de anestesia entre adormeciendo mi cuerpo, ahí estoy en paz y sin sentir absolutamente nada. Visualizo a mis padres al final del corredor mis ojos se inundan en un mar de lágrimas, pero no tengo fuerzas para quitarlas de mi rosto, solo deseo desde lo más profundo de mi ser que esto allá terminado aquí.