Seguidores

viernes, 6 de octubre de 2017

Fragmento.

Intento pestañear durante unos segundos los cuales se hacen eternos, siento mis parpados pesados y sin ninguna voluntad de abrirse. Soy consiente al menos que estoy bajo los efectos de anestesia o quizás ya en el “cielo”. La muy nombrada “luz al final del túnel” la percibí hace unos instantes atrás, pero ahora solo logro escuchar numerosas voces a mi alrededor como si fueran mosquitos zumbándome en mi oído, y como lo esperaba, la primera opción es la más asertiva, definitivamente estoy en el quirógrafo. Tercera intervención en dos años, pues dicen que “la tercera es la vencida” ya veremos. - ¡Julia! – habla suavemente una voz masculina. – todo está saliendo bien, ya casi terminamos. Los médicos me han hablado durante este último tiempo de mi caso extraño y poco usual, han dicho que el índice de mujeres con cáncer de mama es poco común a mi edad. Exactamente una de cada trescientas mujeres padece este tipo de tumor a los veintiocho años de edad ¿se supone acaso que me sienta afortunada? Pues no sé qué esperaban, pero era lo que escuchaba en las múltiples visitas al hospital. - en unos minutos estarás en tu habitación con tu familia. – dice ahora, una voz femenina. Puedo oír, pero no hablar doy por sentado que el efecto adormecedor está pasando lentamente. Trato nuevamente de abrir mis ojos, no tengo claro si estoy haciendo bien o tal vez no, debería seguir dormida por mucho tiempo. De todas formas, logro abrirlos, aunque mi subconsciente los quiera cerrados. El foco apuntando mi rostro lo hace más difícil y no logro acostumbrarme a su intensidad. - muy bien Julia, eres una guerrera. – dice el hombre a mi derecha. Sin esperar obviamente una respuesta de mi parte, le hace señas a dos chicos que están al frente. - ¡con cuidado! Su sala es la 109 – dice la doctora. – te veré luego Julia. No tengo una familia muy integrada, mamá, papá y mari mi hermana menos. Debo decir que mucho es gracias a ellos fueron quienes insistieron en que visitar al médico por primera vez ya que detesto el hospital “que ironía”. Fui a un chequeo sin importancia y desde allí jamás pasé dos semanas sin concurrir a este lugar. Al comienzo no estaba dispuesta a iniciar un tratamiento morboso, había visto en documentales de lo que se trataba y me daba pavor hacerlo. Muchas de las veces no eran seguros, aunque los doctores me digieran constantemente que en estos tiempos todo es más avanzado y efectivo. El simple hecho de emprender ese viaje el cual siempre termina igual me desanimaba completamente. Fue mi familia quien insistió en que realizara el tratamiento y fue por ellos por quienes lo hice. Al principio perdí el cabello, largo y abundante simplemente desapareció. Mi hermana me regalo varias pelucas las cuales nunca use, el pecho izquierdo fue usurpado de mi cuerpo junto al pezón en la primera intervención, nueve meses después me quitaron el otro. Mi torso se habría convertido en el de una niña pequeña pero aun peor sin una miserable tetilla. - aquí estarás más tranquila. - dice el enfermero a cargo de mi traslado. ¿tranquila dijo? Esa sensación solo la experimento cada vez que el líquido de anestesia entre adormeciendo mi cuerpo, ahí estoy en paz y sin sentir absolutamente nada. Visualizo a mis padres al final del corredor mis ojos se inundan en un mar de lágrimas, pero no tengo fuerzas para quitarlas de mi rosto, solo deseo desde lo más profundo de mi ser que esto allá terminado aquí.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario